sábado, 17 de julio de 2010

Francisco Toledo---- Elena Poniatowska/ I


Francisco Toledo con su hija Natalia Foto Tryno Maldonado
Hace años, en 1983, entrevisté a Francisco Toledo. El domingo 17 de julio, en Juchitán, Oaxaca, su tierra, lo habían golpeado junto con el fotógrafo Rafael Doniz, el presidente municipal Leopoldo de Gyves y el poeta Víctor de la Cruz.

Al automóvil de Rafael Doniz lo destrozaron. ¿Por qué? Por pertenecer a la COCEI (Confederación Obrera, Campesina Estudiantil del Itsmo), cuyo candidato, De Gyves, le ganó al PRI en las elecciones.

En ese entonces Toledo exhibía sus cerámicas. El más grande museógrafo que hemos tenido en México, Fernando Gamboa declaró: La injusta y aberrante agresión a Toledo coincide con una gloriosa exposición, en la que Toledo revela, una vez más, su importancia. Ahora lo logra con la cerámica a la altura de la mejor cerámica de los antiguos mexicanos y llega al nivel de los más grandes ceramistas sirios o persas que decoraban los grandes palacios: su trabajo ha alcanzado calidades increíbles.

Toledo odiaba aparecer en público y no concedía entrevistas. Carlos Monsiváis ya era fan de su pintura y fuimos a verlo a Oaxaca y a apoyar a la COCEI. Toledo le regaló a Monsi un número inconmensurable de pinturas, grabados y dibujos; a mí también me mandaba por correo unas cartas ilustradas deslumbrantes.

En todo Juchitán había entonces unos 100 mil habitantes, 70 mil en la cabecera municipal y el resto distribuido en cinco poblaciones: La Ventosa, La Venta, Chicapa de Castro, Álvaro Obregón y Santa María del Mar.

Las familias de comerciantes y terratenientes ricos (los Morales, Henestrosa, Marín Pineda, González Román, Musalen Santiago) poseían tierras con un valor de más de 50 millones de pesos de ese tiempo, pero los demás eran pobres y Toledo luchaba por ellos como sigue luchando hoy.

Ese 17 de julio, día en que cumple años el pintor juchiteco, en La Ventosa se desató la violencia en contra de la COCEI. Policías de Oaxaca y priístas atacaron a cien campesinos, mujeres y niños, entre quienes se encontraban Toledo, Doniz y De Gyves. Los campesinos reclamaban un predio otorgado en 1962 por resolución presidencial, del que fueron desalojados por los priístas. A Francisco Toledo le tocó un buen trancazo en el estómago, pero a De Gyves sí lo hirieron las balas de un rozón.

Otra de las agresiones fue el intento de destitución de Macario Matus, zapoteca, poeta y periodista hace poco fallecido, al frente de la Casa de la Cultura que fundó Toledo en 1972.

La gente del pueblo defendió a Macario Matus al frente de la Casa de la Cultura. La visité y vi cuadros de una gran belleza: ¿de dónde salió esto? Regalo del maestro Toledo. ¿Y esta colección de libros? Regalo del maestro Toledo. ¿Esta serie de grabados? Regalo del maestro Toledo. ¿Las esculturas? Regalo del maestro Toledo. Total, todo provenía de Toledo.

En Etla, cerca de la ciudad de Oaxaca, Toledo creó un taller de papel que se elabora con plantas, flores, cartón reciclados y otros materiales orgánicos que da trabajo a la población y rescató una fábrica de hilados.

Graciela Iturbide Monsiváis y yo fuimos a presentar un libro que Toledo patrocinó: Juchitán de las mujeres y también vimos en la sala de cine club gratuito, El Pochote, cuyos muros exteriores pintó, una película genial de Alejandra Islas sobre los muxes, unos homosexuales que son mis mejores cuatas. Con ellas llevamos libros donados por Toledo a la cárcel e hicimos un recorrido del mercado en el que compré chiquihuites y morrales.

En 1975, Toledo había fundado, en Juchitán, la revista Guchachi Reza (Iguana Rajada), al lado de Víctor de la Cruz, Macario Matus, Gloria de la Cruz. Además, publicó un diccionario español-zapoteca, canciones zapotecas de Tehuantepec, poemas, libros de historia y fotografía.

Lo mismo que hizo Toledo primero por Juchitán, lo hizo después por Oaxaca. Rescató conventos, donó pintura, libros, esculturas y cerámicas; recuperó al fotógrafo juchiteco Sotero Constantino Jiménez y es piedra de toque en la carrera de la extraordinaria fotógrafa Graciela Iturbide.

Por sus museos, su jardín botánico, su defensa de los campesinos, sus costumbres, sus tradiciones, su forma de vida, Toledo mantiene culturalmente vivo a todo Oaxaca.

En esa época entrevisté a Toledo. Vestía como acostumbra: calzones de manta, huaraches y una camisa blanca.

–¿Cómo empezó a dibujar y cómo fue de niño y todo eso?

–Eso ya es muy lejano, ya...

–Pero ¿cómo fue?

(Sonríe y deja caer una de sus manos delgadísimas y morenas).

–Pues como todos los niños, ¿no? Todos los niños dibujan, todos, pues ya.

–¿Y luego?

–Pues dibujaba yo, y ya.

–Y luego.

–Pues, ya.

–Pero, ¿dónde dibujaba usted? ¿En las paredes?

–Sí (sonríe), a veces en las paredes.

–¿Lo regañaba su papá?

–No.

–¿Expuso en Juchitán sus primeros dibujos?

–No… Mi familia emigró hacia el sur de Veracruz; mi padre siempre tuvo la idea de que debía ir a Oaxaca a estudiar y como a los 13 años entré a la secundaria en Oaxaca. Allá supe que había una escuela de pintura y un tío me llevó a inscribir.

–¿Dependía de Bellas Artes?

–Sí, la escuela de Bellas Artes de Oaxaca era mala, los maestros no iban, pero había una cosa muy importante: una biblioteca de arte donde vi lo primero que más me impresionó, un catálogo de la Galería de Inés Amor so-bre una exposición de don Manuel Álvarez Bravo. Esa es una de las cosas de las que me acuerdo, así como de los dibujos de William Blake, eran poquitos libros, pero me sirvieron mucho, fueron muy importantes para mi desarrollo. También lo fueron Durero, Klee y Chagall…

(En William Blake hay una visión apocalíptica del mundo encabezada por un ángel exterminador. ¿Por qué se identificó este niño zapoteca, delgadísimo y fino con el fin del mundo y sobre todo con Blake?)

–¿No considera a algún otro pintor como su maestro?

–La primera enseñanza y la primera cosa importante para mí fue Blake. Había en la escuela otros muchachos que ya eran pintores y sabían un poco más, ellos fueron realmente los maestros de los jóvenes porque los otros maestros no se presenta-ban, tenían tal vez el pues-to por ser señores de edad y si llegaban a dar clase era de poco interés lo que enseñaban. Con algunos otros muchachos un poquito mayores que nosotros, nos íbamos a pintar al río, a hacer paisaje, a ver, y tal vez lo más importante era la convivencia… Y la biblioteca. Allí empecé a leer a Kafka, a Henry Miller…

(Cuando leyó a Miller, Toledo jamás sospechó que el mismito Miller prologaría el catálogo de su exposición en Estados Unidos. El escritor estadunidense más erótico se reunía con el pintor más insólito de Kafkahuamilpa).

–¿Y la secundaria?

–Dejé de ir a la escuela porque no pasaba de año y me quedé en segundo de secundaria, creo que lo repetí dos veces ese año. Yo ya quería ser pintor, pensaba que eso era lo que quería. Entonces mi familia me mandó a México para ver si cambiando podía yo… y llegué a México en el 56, solo.

–¿No conocía a nadie aquí?

–Bueno, unos primos estudiaban aquí; vivimos juntos un grupo de paisanos en el mismo edificio. Me inscribí de nuevo en la secundaria, en el primero porque los estudios de Oaxaca no son los mismos que los de aquí (sonríe), o no lo eran en ese entonces, y todo lo que había yo estudiado no servía (echa un suspiro muy hondo, muy aburrido) Y ¿qué más? (Él mismo se responde:) Me inscribí en una cosa que estaba allí en la Ciudadela que era un taller libre de arte o no sé que co-sa…

–Y, ¿de quién era ese taller?

–Creo que dependía de Bellas Artes y lo dirigía Chávez Morado. Empecé a hacer litografías; había un maestro Castelar, pero yo era el único alumno porque era una escuela recién fundada, trabajé solo con él un año. Después me cambié a una casa que era de gente del sur de Veracruz y una de las veracruzanas estaba casada con el pintor Roberto Doniz (hermano de Rafael), quien llegó un día a comer a esa casa, le dijeron que yo vivía allí y que era pintor. Roberto Doniz vio mis cosas y las llevó a Antonio Souza, quien dijo que quería conocerme y Doniz me presentó con Souza y ya.

–¿Qué le dijo Antonio Souza?

–Que le llevara yo más trabajo y que un día íbamos a hacer una exposición.

–¿Lo ayudó?

–Sí. Souza vio que el trabajo avanzaba y estaba mejor; organizó la exposición en 58 o en 59 en Estados Unidos, en Texas. En México, Souza hizo la primera muestra y me fue muy bien en ventas. Logré reunir un dinero y Souza me dijo: Antes de que te lo gastes, deberías de ir a Europa, creo que puede ser muy importante para ti ver museos, y entonces fui.

Toledo echa otro suspiro muy hondo, pero ahora sonríe. Otra vez deja caer sus manos encogidas, pero no dobladas en dos, sino a lo largo como tacos, de suerte que el pulgar y el meñique deben tocarse. Se ven muy bonitas así, parecen pinceles de carne; se parecen también a los pitos parados que abundan en sus cuadros.

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