Después de varios decenios de ser aplicado sin mayores respingos por las diversas sociedades afectadas, el modelo de acumulación salvaje encuentra serias oposiciones en sus últimas derivaciones. Las manifestaciones de repudio se iniciaron en el seno de las naciones periféricas y ahora encienden a las desarrolladas. En Francia han sido las más ruidosas, larvadas y están a punto de conseguir su meta de reversar o, al menos, detener algunas de sus aplicaciones llamadas de última generación. En España se montó una huelga general para evidenciar el desagrado por el deterioro en su estado de bienestar y, después de ella, el aprecio por el gobierno socialista de Joseé Luis Rodríguez Zapatero ha caído en picada entre los electores. En Alemania las protestas han sido esporádicas, menores, y no han podido articularse en defensa efectiva de sus apreciadas prestaciones colectivas. En Estados Unidos apenas hace unas cuantas semanas pudieron coordinar sus esfuerzos por hacer oír sus voces de alarma, pero, con posterioridad, han caído en aparente pasividad.
Donde se ha llegado a tener un efecto profundo ha sido en Bolivia y Ecuador, dos países fuera de la esfera de atención mundial. En Bolivia el descontento por las privatizaciones ventajosas y su costo en privaciones para las mayorías, por cierto ya muy depauperadas, ocasionaron reales insurrecciones que terminaron por llevar a Evo Morales al poder. En Ecuador, después de varios intentos de estabilizar al sistema por gobiernos entreguistas y alocados, por fin se eligió al presidente Correa. A partir de esos tiempos empezaron, en ambas naciones, una serie de cambios que han llegado a minar los cimientos del modelo de acumulación aplicado sin miramientos humanos. El desagrado en las cúspides de las pirámides socio-económicas dominantes locales no se ha hecho esperar. En ambas naciones se intentaron golpes de Estado que fueron frustrados por su inoperancia, tontería o por acciones coordinadas de sus vecinos.
Países antes dominados por elites golpistas y ejércitos de clase, Brasil y Argentina han ido moviéndose con cuidado hacia limitar, al menos, los efectos más nocivos del modelo que, en ellos se aplicó hasta con violencia. Brasil ha sido más exitoso en introducir modificaciones que, además de empujar el crecimiento económico con base en el impulso de su enorme mercado interno, han ido construyendo un aparato exportador que se diversifica de manera acelerada. Por esa vía se ha logrado sacar de la pobreza a millones de sus compatriotas. En Argentina, también, aunque con menores resultados a pesar de sus muchas riquezas y poca población, se desea avanzar hacia un Estado que se preocupe, en primera y postrera instancia, por su población. Por lo pronto, reversaron las privatizaciones pensionarias y las ubicaron en el sector público. El caso más ruidoso ha sido el de la Venezuela de Chávez. Sus altercados con su entorno y, en especial, con quien ha sido su protector y usufructuario de sus riquezas mineras, son ya referencias mundiales. Los avances de su gobierno, elegido en repetidas ocasiones con creciente popularidad, se dan a retazos y dependientes por completo de sus ingresos petroleros. Sus altibajos son constantes mas, aún así, prosigue una ruta de independencia clara y determinada.
En México el modelo de acumulación ha sido, sin duda alguna, cruento y prolongado. Como si se viviera en el siglo XVII o el XVIII, cuando todos los beneficios eran para el lejano rey y su gran corte. El aderezo local es la cabalgante, la cínica corrupción y el entreguismo dadivoso de las elites gobernantes extendible, por contagio obligado, a las burocracias de sustento. Así, los mandatos derivados del famoso consenso de Washington fueron adoptados con fervor por los cuerpos directivos locales: privados y públicos. La famosa frase, no hay otra alternativa, de la dama de hierro inglesa, Margaret Thatcher, se recogió como caída del cielo o, más allá aún, del fondo mismo del universo. El coro difusor que acompaña a la plutocracia mexicana ha sido abrumador en su apoyo monocorde. Académicos de renombre o de medio pelo incluso, analistas colonizados, conferenciantes de relleno, columneros de consigna o cabilderos siempre tan presentes como huidizos, han remachado, con dogmática insistencia, la imperiosa necesidad de concluir todas y cada una de las reformas estructurales. Todas y cada una de ellas diseñadas para exprimirle, tanto a los trabajadores como al gobierno, hasta el último céntimo de sus recursos disponibles. Para cumplimentar tal empresa no hay contemplación alguna que valga ni medida de control humanitaria factible: hay que ir, con la dureza requerida en los menesteres de los grandes intereses coaligados, hasta el mero final si es necesario. Los motivos para tal cometido son múltiples y todos tienen que ver con la globalidad, ya sea la asumida en la forma de apertura total a los flujos financieros o en aras de la inasible y siempre disputable libertad de los mágicos mercados.
La lucha es frontal por estos días de definiciones múltiples. En Francia se libra una batalla que puede ser crucial. La parte más afectada de la sociedad, a través de sus organismos gremiales y sindicatos, ha declarado la guerra al gobierno de Sarkozy. Intentan bloquear la propuesta que pretende ampliar la edad para jubilarse y para recibir la pensión completa. A esa porción de protestantes se han sumado, en explosiva mezcla, estudiantes de bachillerato. Precisamente esos que habitan en las afueras citadinas y que fueron protagonistas de pasadas insurrecciones incendiarias. Los grandes intereses en juego y la presión de los famosos mercados ha de estar cargada con inmensos decibeles de poder como para obligar al gobierno a resistir el embate de unos 3 o 4 millones de ciudadanos que han tomado la calle. Dos de cada tres franceses apoyan la protesta, a pesar de las enormes molestias que les acarrean los paros y bloqueos. Aun así, Sarkozy tratará de seguir adelante. Hay, sin embargo, otras opciones y los modelos de bienestar pueden continuar perfeccionándose. La resistencia francesa y un eventual triunfo de la calle con los de abajo, servirá de referencia mundial. Se mostrará que se puede derrotar a las compañías de seguros, a los bancos, las calificadoras, los mercados, los fondos de riesgo y a la mentalidad entreguista. Es decir, a los causantes de la crisis y a los gobiernos que han sido doblegados por ellos.
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