La ciudad de México tiene vocación para ser el centro vital de la nación mexicana. Lo ha sido desde sus lejanos inicios. México-Tenochtitlán, poco después de su fundación, entre los peñones y tulares del lago, ya era el centro político del Anáhuac, residencia de los tlatoanis y de los sacerdotes y punto de convergencia de las mercaderías de los pueblos circunvecinos y aun lejanos.
Cuando los españoles impusieron su poderío militar y religioso en los territorios bautizados como reino de la Nueva España, la ciudad de México fue la capital durante los 300 años que duró la dominación.
Después, durante los ya casi 200 años de vida independiente, nuestra inmensa ciudad, ciudad de ciudades, como se le ha llamado, no dejó, sino por breves periodos, de ser el centro político del país. Aquí se asentaron las dos monarquías pretendídamente imperiales que padecimos y aquí tuvieron sitio los gobiernos republicanos, lo mismo centralistas que federalistas, liberales que conservadores y ya en el siglo XX aquí se mantuvo el dictador Porfirio Díaz hasta su renuncia y aquí se instalaron los gobiernos revolucionarios de Madero y Carranza y el del usurpador Victoriano Huerta.
La ciudad es el centro del país y el corazón de la nación, los poderes políticos, religiosos y financieros se asientan en ella y aquí también se encuentran las instituciones educativas de más prestigio y arraigo en la nación: la UNAM, el IPN, la Normal y el Colegio Militar.
Al rememorar los 100 años de la Revolución Mexicana y los 200 de la guerra de Independencia, es ineludible destacar que esta grande y hermosa capital, fue la meta de todos los que aspiraron al poder y tomarla o instalarse en ella, significó triunfar y gobernar; se la disputaron conservadores y liberales, monarquistas y republicanos, después revolucionarios y federales y finalmente las diversas facciones revolucionarias: maderistas, villistas, carrancistas, zapatistas, todos aspirantes a llegar a la ciudad.
Ahora que celebramos los centenarios de nuestras fechas históricas conviene recordar el papel de la capital en los procesos históricos de la Independencia y de la Revolución.
Como es sabido, don Miguel Hidalgo al que hoy más que nunca hay que llamar Padre de la Patria, se detuvo en lo alto del Monte de las Cruces, después de derrotar al ejercito realista, sólo por preservar a la cercana capital de los riesgos y males que acarrearía su ocupación por un ejército poco disciplinado y cargado de rencor en contra de los potentados y poderosos.
Los insurgentes nunca pudieron entrar a la capital, aun cuando estuvieron frecuentemente en sus goteras; no están tan lejos Zitácuaro, ni los Llanos de Apan ni Cuautla. Es importante destacar que sólo se consideró como consumada la Independencia el día en que Iturbide, acompañado de Guerrero y otros jefes, entraron a la ciudad de México al frente del Ejército Trigarante.
No se consideró concluida la lucha ni el proceso libertario hasta que llegaron a la capital los libertadores; ciertamente unas semanas antes ya se había firmado el Tratado de Córdoba por el cual el enviado de España reconoció la Independencia, pero no se consideró concluida la epopeya sino hasta que el 27 de septiembre de 1821 el pueblo de la capital recibió a los caudillos entre vivas, aplausos y flores.
Durante la revolución, Madero triunfó militarmente con la toma de Ciudad Juárez y Carranza derrotó a Huerta cuando la División del Norte conquistó para él Torreón y Zacatecas, pero sólo se consideró que habían triunfado hasta su arribo a la célebre Ciudad de los Palacios.
Los demás jefes revolucionarios, Zapata, Villa, Obregón y otros muchos, alcanzaban la culminación de sus afanes de justicia y democracia o sus ambiciones, cuando entraban a la capital y se sentaban en la silla presidencial, como Zapata y Villa, para al menos, tomarse la foto en Palacio Nacional.
En nuestra historia actual, la capital sigue siendo el modelo a seguir y el ejemplo para el resto del país. Aquí seguirá forjándose la ya indispensable revolución, ahora pacífica, que requiere nuestra patria; la capital ha señalado el rumbo hacia la libertad, la justicia y la verdadera democracia.
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