Hace unos días, Jeffrey Sachs, del Centro de la Tierra de la Universidad de Columbia, registraba el agravamiento de la crisis moral en su país y advertía: El mundo debe tener cuidado. A no ser que se acabe con las horribles tendencias de los adinerados en política y el consumismo desenfrenado, corremos el riesgo de conseguir la productividad económica a costa de nuestra humanidad (Reforma, Negocios, p.6, 20/10/10).
Por su parte, Joseph Stiglitz, Nóbel de Economía, en el epílogo a la segunda edición de su libro más reciente (Freefall: free markets and the sinking of the global economy, Londres, octubre 2010, Penguin), describe una crisis enquistada y escribe: “Las verdaderas novedades de los últimos ocho meses han sido la paulatina aceptación por economistas y gobernantes de la triste imagen del futuro contra la que yo previne: una nueva normalidad con elevadas tasas de desempleo, menor crecimiento y menos servicios públicos en los países industriales avanzados.
La prosperidad ha sido sustituida por un malestar a la japonesa sin final divisable. Pero al menos en la década perdida japonesa, a despecho del bajo crecimiento, el desempleo se mantuvo bajo y la cohesión social, alta.
En Europa y en Norteamérica, en cambio, algunos economistas hablan ya de una tasa de desempleo de 7.5 por ciento, muy por encima de la de 4.2 por ciento que disfrutamos en los 90. La crisis financiera, en efecto, ha generado daños duraderos a nuestra economía, de los que tardaremos en recuperarnos.
Y agrega: “A falta de recuperación global, cualquier recorte en el gasto o incremento en la recaudación llevarán con toda seguridad a un crecimiento aún más lento, lo que tal vez empujará a las economías a una segunda zambullida en la recesión…
Todo eso resulta tanto más perturbador si se recuerda que, en el punto culminante de la crisis, hubo un momento de unidad nacional e internacional, cuando los países se enfrentaron de consuno a la calamidad económica. Por vez primera, el G-20 juntó a las naciones desarrolladas con las de mercados emergentes para buscar soluciones al problema global.
Hubo un momento en que todo el mundo era keynesiano y quedó desacreditada la malhadada idea de que los mercados desembridados eran estables y eficientes…
“Esas esperanzas alimentadas en los primeros meses de la crisis pronto quedaron sofocadas.
“Lo que ahora domina es un humor desesperanzado: el camino a la recuperación puede llegar a ser todavía más lento de lo que yo sugería hace ocho meses, y las tensiones sociales, mucho más graves. Los altos ejecutivos bancarios han vuelto a los bonos de siete dígitos, mientras los ciudadanos de a pie no sólo se enfrentan a un desempleo desapoderado, sino a unas tasas de cobertura del mismo que distan por mucho de estar a la altura de los desafíos de la Gran Recesión.
La crisis ha empujado al mundo hacia una terra incognita preñada de incertidumbres. Pero hay una cosa de la que podemos estar absolutamente seguros: si los países industriales avanzados siguen por el camino que parecen haber emprendido hoy, la probabilidad de que algún día no lejano volvamos a tener una economía robusta es nula (Tomado de Sin Permiso, 17/10/10)
Poco espacio dejan estos estudiosos para la hipótesis maestra del gobierno mexicano sobre una recuperación amarrada al país del norte. Menos aún para una visión tipo Walt Disney sobre México, preñado de violencia subterránea y a flor de piel, y cruzado por un carnaval de desafane de sus principales actores políticos penosamente coreado por la retracción de sus más conspicuos actores sociales.
Carlos Slim habló en Tijuana de filantropía, pero reiteró sus tesis sobre la centralidad del empleo y el ingreso para superar la pobreza, a las que adosó un reconocimiento de la importancia de una mejora distributiva. Sus conceptos y los vertidos por otros capitanes del dinero y la empresa que se dieron cita en la frontera de cristal para echarle porras a la sufrida sociedad fronteriza, no impiden que el grito de alarma lanzado por Lorenzo Zambrano en la Sultana del Norte se vea opacado por la más ominosa tormenta de violencia y prepotencia criminal de que tengamos memoria, sobre la ciudad que venció al desierto.
Más allá de la significación trágica que tiene lo que ocurre en la frontera, el espejo de México y los mexicanos es Monterrey, donde se superó la adversidad geográfica y económica y hasta se pretendió marcar la pauta de un desarrollo nacional distinto. Ahí se resume el norte que arde y nuestro presente que sangra. Pero desde el Norte, con mayúsculas, también se nos habla de fuego.
Desde estos miradores, no puede sino preocupar, hasta el escándalo, el bochorno o la ira, la levedad de nuestro ser político y, en especial, la del ser priísta. Formar filas con una iniciativa ignominiosa como la presentada por el partido franquicia, el innombrable, sobre las medicinas del IMSS, no implica tratar de proteger a los más débiles de las inclemencias de una burocracia infame, como parece ser la del Seguro Social, sino acompañar a una banda de negociantes con la miseria humana, la de la salud, para abrir la puerta a la privatización de lo que nos queda de sistema público de salud.
Si tanto preocupa a los priístas el desamparo de los enfermos del IMSS, que se aseguren en la ley y el presupuesto de que las medicinas no falten ni por un día y establezcan penas mayores para quienes desde dentro del instituto lucran con la penuria. (Pudieron hacerlo con la guardería ABC, pero les temblaron las corvas).
Para apagar la quemazón que nos viene del Norte, no hay sino la construcción de un Estado social y una democracia constitucional. Pero para hacerlo hay que atreverse a pensar por uno mismo y así hacer honor a la herencia que nos legó el general presidente Cárdenas, cuyas últimas palabras escritas publicara anteayer Cuauhtémoc Cárdenas. Lo demás es liviandad y sólo eso.
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