El sino que ha impuesto el gobierno federal de derecha a los habitantes del Distrito Federal busca asomar a la capital del país al caos, a la violencia, a la muerte reiterada que se vive en otras entidades. Secuestro, extorsión, crimen, eso pretende la administración de Felipe Calderón en su infinita venganza en contra de la ciudad, en contra de los habitantes de esta metrópoli.
Restar recursos al Gobierno del DF, recursos que por ley le pertenecen, podría interpretarse nada más como el juego político en el que el contrario con poder decide ir sangrando a su oponente, para minarle fuerza hasta que la debilidad sea tan grande que aplastarlo no represente ningún peligro.
Y habrá, sin duda, quienes así interpreten la postura de los gobiernos panistas a este respecto. Y tienen razón. También de eso se trata, pero el hecho abarca algo más, mucho más. La estrategia puede pegarle, sí, al gobernante, pero siembra una semilla de descomposición social que en algún momento se convierte en caos de muerte.
Para nadie es secreto que con el tratado de libre comercio que impuso Carlos Salinas de Gortari a México, el país abdicó de su proyecto de crear riqueza a partir de la industrialización para situarse en el concierto de las naciones que lo que único que tienen para sobrevivir es la prestación de servicios: meseros, cocineros, diversión. Cero labor en el campo, cero trabajo en la industria, por ejemplo.
Con ese destino a cuestas, se olvidó la inversión en Pemex, se dejó de invertir en la industria eléctrica y en otras. Lo que quedara de todo pasaría a manos privadas. El resultado está a la vista. Las maquiladoras, que aparecían como una puerta de escape, se fueron a la reinvención de China, y la educación se vino abajo, la salud pública ya no funcionó. La semilla estaba sembrada, principalmente en el corazón de las ciudades.
Primero fue en el norte, donde la actividad industrial era un orgullo; después han ido cayendo otras ciudades, otros estados donde el poder de las balas dejó atrás al de las leyes, y a todo lo demás. Enumerar las desgracias con el número de casquillos percutidos en el crimen de hace unas horas ya no basta, pero el poder se niega a mirar hacia la raíz que floreció en muerte.
El gobierno panista arrebató a las finanzas del DF, del presupuesto para el próximo año, más de 4 mil millones de pesos, que no equivalen a restar poder a los gobernantes en su totalidad, pero sí ponen en peligro la estabilidad, la frágil estabilidad que aún tiene la ciudad.
Cancelar obras, dejar de ofrecer beneficios a quienes menos tienen es ir en dirección del caos. Al discurso de la muerte le hace falta el DF, y sin recursos, como ahora imponen desde Los Pinos, o desde la Cámara de Diputados panistas y priístas, dentro de muy poco la rebelión de los ninis hará insoportable la vida en la capital, donde se abrirá otro frente de la guerra que tanto se presume.
Los espacios se han ido cerrando. Ayer, Marcelo Ebrard habló, frente a industriales de Nuevo León y comerciantes de la capital, de cómo se logró que las calles de la ciudad de México estén dentro de los mínimos de seguridad, lo que quiere decir que aún se puede salir de noche con una razonable posibilidad de regresar a casa sano y salvo, pero la falta de recursos seguramente irá menguando las medidas que hasta ahora han sido exitosas con base, por ejemplo, en el uso de la más alta tecnología, que cuesta mucho dinero.
Así pues, la cruzada que han iniciado funcionarios y ciudadanos del DF para tratar de salvar el presupuesto es, se diga lo que se diga, en beneficio de la seguridad pública. Apostar sólo a la represión, es decir, a la inversión constante en las armas de la guerra, no parece la mejor forma de terminar con el azote de la violencia. El problema se debe atacar desde la raíz, a ver si los diputados o el gobierno federal algún día lo entienden.
De pasadita
Nos escriben tres lectores, al parecer indignados porque en la entrega pasada hablamos de la asistencia del procurador, Miguel Ángel Mancera, a la boda de Carlos Orvañanos, delegado panista de Cuajimalpa. Nos reclaman que no se dijo que el secretario de Educación del Distrito Federal, Mario Delgado, asistió a una fiesta de la señora Alejandra Sota, directora de Comunicación Social de Felipe Calderón, ni del efusivo abrazo que se dio con el secretario del Trabajo, Javier Lozano. ¡Cuas!
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