El Partido Acción Nacional (PAN) tiró por la borda sus principios y su historia, desde las concertacesiones, la alianza con Carlos Salinas y el olvido de la doctrina; dejó de ser el partido de la democracia, el orden y la justicia social, para convertirse en una calca de su antiguo rival, al cual rebasó en malas artes y triquiñuelas. Cuando llegó al poder con amplia votación lo hizo con dinero de procedencia dudosa conseguido por los amigos de su candidato, luego la frivolidad y la tontería decepcionaron a muchos, y en 2006 no logró ganar limpiamente, sino con un burdo fraude ampliamente documentado.
Su hegemonía duró 12 años, en los que México retrocedió en áreas fundamentales para el bien común, que era su divisa más preciada. Perdimos en esos años soberanía y patrimonio, retrocedimos en educación y creció la inseguridad. La banca nacional no existe, nos aqueja la opacidad, los monopolios en medios de comunicación, cemento, maíz, alimentos, cerveza, refrescos y muchos más son un azote para el país.
El broche de oro con que se pretende cerrar este ciclo de gobiernos panistas, amenaza con ser más dañino y trágico. Es la reforma a las leyes del trabajo, que nos conduce a dejar de ser un país soberano con proyecto propio, para convertirnos en una gran maquiladora al servicio de empresas trasnacionales.
El proyecto es el último acto de la tragedia de un gobierno fallido. En la Cámara de Diputados, con irresponsabilidad, fue aprobado por legisladores priístas y panistas, pero falta su aprobación en el Senado. Ahí tiene el PAN la última oportunidad de reivindicarse en algo, y como plantean algunos de sus militantes, retornar a sus principios.
Su derrota en julio pasado no se debió a lo poco convincente de sus candidatos, perdió por el abandono de principios básicos, sin los cuales el partido deja esencia y naturaleza, con lo que no es ni la sombra de lo que fue, fiel a sus vocaciones e ideales, sin recursos económicos, en los que ahora nada, pero recio por sus militantes y dirigentes tenaces, convencidos e idealistas.
Hoy retorna a la oposición, pero lo será de verdad si rechaza las reformas a debate, contrarias a los intereses de los obreros, hacerlo, será rencontrarse con su historia y con lo que le da esencia y naturaleza.
En los principios de 1939, en el capítulo Trabajo, los fundadores aprobaron, entre otros conceptos, el siguiente: “La consideración del trabajo humano como mercancía, como simple elemento material de la producción, es atentatoria contra la dignidad de la persona y contra el interés de la nación.
“Todo trabajo socialmente útil debe tener retribución justa que permita al trabajador vivir y formar decorosamente una familia y obtener el más amplio mejoramiento real posible.
Quien haya cumplido su deber de trabajo y tenga mermada por cualquier causa su capacidad de trabajar, debe seguir contando con los recursos necesarios para vivir dignamente y no dejar en desamparo a los suyos.
Y en la proyección de esos principios, aprobada en 1965, el PAN de entonces sostenía: “El trabajo, actividad inmediata de la persona, tiene primacía como principio ordenador de la economía social, sobre los bienes materiales e instrumentales que son objeto de propiedad.
Debe promoverse la creciente integración en el funcionamiento, en la propiedad, en las ganancias y en la dirección de la empresa, de todos los que en ella colaboran con inteligencia, mano de obra o capital, con el fin de llegar a empresas organizadas de tal manera que todos participen equitativamente de sus beneficios, al mismo tiempo que procuren transformarlas en una comunidad de vida y de trabajo y en un servicio eficiente para responder a las necesidad de la colectividad.
Estos principios humanistas, de justicia social y respeto a la comunidad de trabajo, son incompatibles con las propuestas que llegan al Senado, encaminadas a disminuir los derechos de los trabajadores, a debilitar sus organizaciones, a pulverizar aún más el salario, a suprimir en la práctica la jubilación, a abaratar la mano de obra y a inclinar abiertamente la balanza de las relaciones laborales en favor del ya favorecido capital.
La doctrina inicial del PAN era congruente con la justicia distributiva, promovía la economía solidaria, la participación de los trabajadores en la propiedad y en la dirección de la empresa y buscaba equilibrar los factores de la producción; las reformas propuestas atentan contra la justicia, alientan la desigualdad y vulneran la equidad en las empresas.
Si los senadores del PAN se percatan de esto, si atienden al clamor popular, si votan en favor de la justicia social y dan la espalda a los arreglos de sus dirigentes con las cúpulas empresariales y con quienes compraron la pasada elección, pasarán a la historia como quienes detuvieron la estrepitosa caída de su propio partido y contribuyeron al rescate de México. Es la oportunidad de volver a un partido independiente y respetado.
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