miércoles, 22 de diciembre de 2010

Diego, entrelíneas de una liberación-- Jenaro Villamil


MÉXICO, D.F., 21 de diciembre (apro).- Paradojas y entrelíneas de una figura como Diego Fernández de Cevallos tras su liberación, después de siete meses y seis días de misterioso cautiverio:

1. En 1994, el entonces candidato presidencial del PAN desapareció de la escena pública después de ganar el debate televisivo a sus contendientes del PRI (Ernesto Zedillo) y del PRD (Cuauhtémoc Cárdenas). Fernández de Cevallos iba al frente de las encuestas. Su partido y hasta Felipe Calderón Hinojosa describieron con suspicacia la “desaparición” de Diego.

Dieciséis años después, su reaparición tras un prolongado secuestro se convierte en un acontecimiento mediático de primer orden y en una inevitable fuente de especulaciones sobre su posible postulación para el 2012. Este martes declaró: “Yo voy a apoyar al candidato del PAN”, pero todo su discurso anticipa un proyecto político para combatir la percepción de un gobierno atenazado por la impunidad, y una sociedad harta de la inseguridad y la corrupción.

Diego resurge y con él la percepción de que es el político panista más influyente, ahora con el aura de un sobreviviente, casi místico, víctima de uno de los delitos más crueles.

2. Asesorado o no, Diego se convirtió en el medio, el mensaje y el vocero de su propio caso. La PGR enmudeció, las autoridades de Querétaro también y el presidente Felipe Calderón sólo alcanzó a articular un lugar común: aplicará “toda la fuerza de la ley” para encontrar a los secuestradores del exsenador y abogado litigante.

En contraste, Fernández de Cevallos aprovecha la alta exposición mediática para redefinir su imagen y fama pública. Ante reporteros y entrevistadores televisivos reiteró: “Parte de la causa de mi secuestro es esa imagen de un hombre infinitamente rico, no lo soy. Y punto”.

Su mensaje es de perdón a los secuestradores y articula una hipótesis ante su secuestro que ninguna autoridad ha desmentido: “Un fin económico, pero con una marcadísima connotación política, supuestamente por cuestiones ideológicas”.

Perdonó a sus “misteriosos desaparecedores”, pero dejó entrever que las negociaciones fueron ríspidas y, quizá, los plagiarios no sólo obtuvieron 30 millones de dólares –la cifra más citada por el pago del rescate--, sino una fortuna invaluable: información.

Así lo dejó entrever el final del “Boletín-Epílogo” enviado por los plagiarios:

“Diego es un nudo en donde atraviesan historias turbias. Ahora conocemos de cierto los modos de los trabajos y oficios con los que se maneja, las personas con las que trata y algunas de las que han sido sus más logradas empresas.”

3. La insistencia de Diego en la fe y en la creencia religiosa, salpicada de citas de El Quijote, constituye no sólo un mensaje a las audiencias masivas que lo escucharon o vieron, sino también a las altas esferas o grupos de la ultraderecha que operan en la opacidad:

“Como hombre de fe, yo he perdonado el agravio, no quiero contra ellos ninguna venganza, y sólo le pido al Estado mexicano que trate esto como un caso más, porque no podemos olvidar tragedias superiores como la de la señora de Chihuahua (Marisela Escobedo) y muchos otros.”

El propio Diego sabe que el suyo no es un caso más. Si lo fuera, no hubiera generado el interés mediático y la respuesta y sobreexposición tan extensa que él mismo protagonizó.

¿A quién perdona específicamente el Jefe Diego? ¿A grupos de ultraderecha? ¿A una guerrilla que no alcanza a cubrir el perfil ni el discurso tradicional de la ultraizquierda? ¿A un comando de expolicías secuestradores, como han sugerido expertos en negociaciones de plagios?

Para algunos especialistas y observadores, el caso de Fernández de Cevallos coincide con varios puntos de contexto: el perfil de un grupo secuestrador de la guerrilla no coincide ni en lógica ni en discurso con los comunicados tradicionales; la revista Proceso fue utilizada en las “pruebas de vida” como vinculada al grupo criminal, algo que antes Genaro García Luna utilizó con narcotraficantes detenidos; el neopanismo no reclamó más acciones por la desaparición, y Diego reaparece después de las elecciones en el CEN del PAN y el retorno de figuras vinculadas al Yunque en posiciones clave.

4. El papel de Televisa y de su comentarista estelar, Joaquín López Dóriga, como ministerios extraoficiales de Información, fue muy claro. Una llamada telefónica de López Dóriga al noticiario Primero Noticias –sin la conducción de Carlos Loret-- confirmó la liberación de Diego. Semanas antes, El Universal y el periodista José Cárdenas, de Radio Fórmula, adelantaron una liberación que fue desmentida sin aclarar la fuente.

La liberación de Diego fue sincronizada mediáticamente. Milenio Diario, claramente vinculado a Televisa, dio a conocer el domingo 19 el “Boletín-Epílogo”. Las autoridades callaron, pero fue la propia víctima quien acreditó la exclusiva de López Dóriga dando una multitudunaria rueda de prensa, a las afueras de su domicilio.

El senador priista Francisco Labastida reveló algo, el mismo día de la liberación, que no ha sido desmentido: una empresa de origen británico fue la que negoció la liberación. Y una empresa de origen mexicano, Televisa, fue la que confirmó el fin del secuestro. Las autoridades ministeriales estuvieron al margen. No hubo héroes policiacos ni investigaciones puntuales. Al menos, públicamente.

Para otros observadores, el caso Diego confirma también una tendencia: el Estado se coloca al margen de los grandes secuestros y el impacto mediático está perfectamente sincronizado.

Email: www.jenarovillamil.wordpress.com

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