MÉXICO, D.F., 20 de diciembre (apro).- Para ser sometido a un cautiverio de siete meses, con un trato de “defensor de los grandes capos” por parte de sus captores, Diego Fernández de Cevallos exhibió un rostro rozagante en su primera aparición ante los medios de comunicación: El cabello recortado y la barba, larga y cana, pero cuidada.
Y para ser liberado en la madrugada, en un lugar ignoto, es curioso que hasta el mediodía el emblema del panismo siguiera vistiendo los andrajos que le facilitaron sus captores, sobre todo cuando emprendió una campaña de entrevistas obsequiosas transmitidas hasta la náusea.
Pero, en fin, en el Partido Acción Nacional (PAN) están excitados por la liberación de Fernández de Cevallos, y hasta lo perfilan ya como candidato presidencial en 2012, pero deberían serenarse: Este caso, que no presagia nada bueno, exhibe el paraíso de la impunidad que ahoga a México y no se ve cómo pueda ser parte de la solución.
La liberación del litigante panista es, de suyo, un acontecimiento político de relevancia, porque altera el tablero político, a un año y medio de las elecciones presidenciales, pero, en la hipótesis de que se interese en la candidatura del PAN y aun que se materialice tal ambición, nada aportaría para frenar la descomposición de México, que es lo que explica su extraño secuestro.
Porque, como es el caso, ¿alguien que es parte del problema puede ser la solución? ¿Puede quien hizo los amarres políticos, en 1988 y 2006, para la instauración de gobiernos que afianzaron el modelo económico, político y mediático vigente rectificar y, aun en un acto de contrición como creyente, recocer los errores cometidos, aun sin incorporarse a un proyecto contrapuesto? No se ve cómo.
Dolerse de que su secuestro no es más relevante que el cobarde asesinato de Marisela Escobedo, la madre que murió dos veces al no hallar justicia por el homicidio de su hija Rubí Marisol, no es suficiente, como tampoco lamentar de dientes para afuera la criminalidad que atormenta el país.
Es, a lo sumo, un duelo tan impostado como el del empresario Alejandro Martí, víctima también de la criminalidad que prohíja la impunidad al más alto nivel.
¿Qué hará ahora Fernández de Cevallos? A falta de una negativa contundente, deja ver que se reinsertará en la vida política, tal como lo anhelan en el PAN --y el agitador social Carlos Salinas--, pero si lo hace será para reivindicarse públicamente de una biografía asociada al uso del poder político para amasar una fortuna que, por ahora, por lo visto sufrió mengua con el pago del rescate.
O cuando dice que su vida seguirá siendo normal lo que debe interpretarse es, no que regresa a la vida política, sino al litigio que le permita recuperar la pérdida de su patrimonio con el patrocinio de asuntos que se ganan gracias a sus conexiones con fiscales y jueces que forman parte de su entramado de intereses.
Por lo pronto, a juzgar por su apariencia física y anímica, está casi para comenzar a trabajar apenas inicie el año.
Por lo pronto, el propio Fernández de Cevallos empezó a ajustar cuentas: Aunque a sus captores dijo haberlos perdonado, hizo un reclamo directo a Felipe Calderón cuando, en su primera aparición tras 220 días de cautiverio, afirmó que “las autoridades tienen una tarea pendiente”, capturar a sus secuestradores, pero aclaró --conocedor de su correligionario-- que deberá ser “sin abusos, sin atropellos, sin flagelaciones”.
Y sabida su repulsión recíproca, la Presidencia de la República emitió un comunicado para asegurar que, en la conversación telefónica que sostuvieron, “el licenciado Fernández de Cevallos agradeció el respaldo que recibió por parte del presidente Calderón, al igual que de su familia y amigos cercanos, durante su cautiverio y que fue crucial para sobrellevarlo con entereza”.
Nada bueno vendrá: Calderón ha emprendido una cacería contra los de suyo extraños captores –que ni siquiera puede pensarse que tienen reivindicaciones ideológicas--, pero nada garantiza que quienes sean presentados ante los medios de comunicación, que será pronto, realmente sean los autores del secuestro.
Sobre todo si el encargado del caso es, como lo ha sido desde el principio, Genaro García Luna, el secretario de Seguridad Pública experto en montajes espectaculares para ganar rating.
La otra opción del gobierno es la que puede esperarse: Cualesquiera que sean los “extraños desaparecedores”, y las razones que tuvieron para hacerlo, gozarán de plena impunidad…
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