Como de costumbre, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas repite que mantendrá la ocupación militar de Haití porque debe actuar en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión.
¿A quién amenaza Haití? ¿A quién agrede?
¿Por qué Haití sigue siendo un país ocupado? ¿Un país condenado a vigilancia perpetua? ¿Obligando a seguir expiando el pecado de su libertad, que humilló a Napoleón Bonaparte y ofendió a toda Europa?
¿Será por aquello que los esclavistas brasileños llamaban haitianismo en el siglo diecinueve? ¿El peligroso contagio de sus costumbres de dignidad y su vocación de libertad? ¿El primer país que se liberó de la esclavitud en el mundo, el primer país libre, de veras libre, en las Américas, sigue siendo una amenaza?
¿O será porque ésa es la normalidad impuesta por un mundo devoto de la religión de las armas, que destina la mitad de sus recursos al exterminio del prójimo, llamando gastos militares a los gastos criminales?
Las Naciones Unidas gastan 676 millones de dólares en la ocupación militar de Haití. Una millonada para sostener a diez mil soldados, que no tienen más mérito que haber infectado al país con el cólera que mató a miles de haitianos y seguir practicando impunemente violaciones y maltratos a mujeres y niños.
¿No sería mejor destinar ese dineral a la educación? Más de la mitad de los niños haitianos no van a la escuela. ¿Por qué? Porque no pueden pagarla. Casi toda la educación primaria es privada, y el Banco Mundial veta los subsidios a la educación pública y gratuita.
¿O no se podría destinar esa fortuna a casas habitables para las más de trescientas mil víctimas del terremoto, que siguen viviendo en carpas provisorias? ¿Provisorias por siempre jamás?
¿O consagrar esos fondos multinacionales a mejorar la salud pública, que todavía depende de la milagrosa solidaridad entre los vecinos de cada barrio y cada pueblo? Afortunadamente, esas tradiciones comunitarias de ayuda mutua siguen generando la misma energía creadora que ilumina las prodigiosas esculturas y pinturas de los artistas haitianos, capaces de convertir la basura en hermosura, pero mucho podrían mejorar si se destinaran a fines civiles los derroches miltiares.
Este artículo está dedicado a Jorge Marchini
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