sábado, 31 de diciembre de 2011

Norcoreanos, mexicanos y el síndrome de Estocolmo-- ANEL GUADALUPE MONTERO DÍAZ

A través de los medios de comunicación, las personas de todo el orbe pudieron observar no sin sorpresa, las lamentaciones del pueblo de Corea del Norte a la muerte del dictador Kim Jong Il.

Desgarradoras escenas de llanto de un pueblo que padece hambrunas cíclicas, donde lo mejor de la escasa producción es destinado a los militares, que han convertido a este país en una potencia mundial que osa retar, inclusive, la hegemonía americana y repele eficientemente los intentos de invasión de parte del imperio del sol naciente.

Kim Jong Un, hijo del dictador fallecido, es ahora proclamado líder supremo del país. Entre loas, aplausos y regocijo de un pueblo que parece agradecer a los tiranos la condición de miseria permanente que padece.

El término “síndrome de Estocolmo”[i] fue acuñado por el criminólogo Nils Bejerot, para referirse a rehenes que se identifican con sus captores y llegan incluso a sentir simpatía por su causa e incluso a defenderla.

Si Corea del Norte pretendiera dejar de ser “una próspera nación socialista” y se decidiera por adoptar un régimen democrático y por esta razón convocara hoy a elecciones para Presidente de la Nación ¿quién cree que ganaría? Evidentemente Kim Jong Un. Tendría lo que algunos denominan “carro completo” a pesar de que durante el mandato de su estirpe, más de un millón de personas ha fallecido de inanición.

Y si, eso nos escandaliza en Occidente. “Pobres”, se atreven a exclamar algunos al ver las escenas de llanto del pueblo norcoreano al extinto dictador, desde nuestro pedestal de cultura civilizada y democrática.

“Es indignante el culto a la personalidad del pueblo Norcoreano” dicen algunos que justifican a las jovencitas que ofrecen su virginidad a cambio de un pase para el concierto de Justin Bieber o lloran con singular desolación la muerte del rey del Pop, Michael Jackson.

“Pobre pueblo ignorante”, afirman quienes apuestan porque el PRI arrase en las elecciones del 2012, porque piensa que “estábamos mejor” en la época de Echeverría, de López Portillo, de Salinas de Gortari y de Ernesto Zedillo, aunque hay quien sigue convencido de que “el error de diciembre” y no los manejos de Carlos Salinas de Gortari, llevaron a México al borde del precipicio.

Y es que de que los hay, los hay. Mire usted.

Hay quien está convencido de que compartir el pan y la sal en un ágape social con Carlos Salinas de Gortari, es un honor.
Hay quien aplaude a rabiar al ex gobernador del Estado de México, Arturo Montiel, convencido de que es un priista “todo terreno”, leal al partido y víctima sin embargo de las maquinaciones del impresentable (ese sí) Roberto Madrazo
Hay quien votará por un candidato que seguirá la misma estrategia de combate al narcotráfico que ha producido miles de muertos y un estado fracturado, al borde de la descomposición social, sin reconocer que los críticos de la misma no dirigen sus señalamientos a la lucha, sino a la estrategia unilateral y criminal para la que las víctimas son criminales o bajas colaterales.
Hay quien todavía cree que ejerce un voto razonado, cuando sigue a la muchedumbre sicológica donde se asume no como ciudadano, sino como mero soldado del ejército de su partido. Sin cuestionar. Sin debatir. Sin denunciar. Calla y obedece a la elite que toma las decisione$
Por eso, hay quien sigue afirmando “pobres norcoreanos”, son víctimas del Síndrome de Estocolmo y desde esa perspectiva, sólo resta exclamar “¡Fiú! Qué bueno que los mexicanos estamos a salvo”

¿Usted qué opina, estimado lector?

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