Es destacable que desde el inicio de su trabajo como candidato, otra vez a la Presidencia de la República, López Obrador señale a quienes podrían estar entre sus colaboradores. Tres menciones: Ebrard en Gobernación, De la Fuente en Educación y Ramírez de la O en Hacienda son indicativas de cómo puede concebirse un gobierno más allá de la alternancia del PRI-PAN.
Es interesante, pero sobre todo imprescindible, plantearse el país en una era post SNTE con su eterna dirigente y su monopolio de facto; con un ejercicio de política interna correspondiente con las premisas republicanas de la ley y una conducción de la economía más allá de los criterios convencionales y cada vez menos rentables que se han impuesto por demasiados años.
Proponer una transición por ese camino aparece como buen indicio; hacerlo desde el comienzo de la disputa electoral es un cambio saludable en la conducta política de secrecía y componendas que predomina en nuestra sociedad. Los ciudadanos sabemos así de modo directo y no por omisión o condicionamiento, como es en la práctica usual del ambiente y los grandes compromisos políticos, lo que puede esperarse de un gobierno. Es más transparente, como indican las prácticas de lo que ha de ser políticamente correcto. Es a AMLO a quien más se le exige dicha corrección y no necesariamente porque los otros aspirantes o miembros de la clase política la cumplan.
Estos anuncios cubren tres áreas clave de la gestión de quien quiera encabezar el gobierno en México y no parece casual que hayan sido hechos en conjunto.
Hoy la política interna ha quedado arrinconada en la esquina de la inseguridad pública y la barbarie por el enfrentamiento contra la delincuencia general asociada con el combate al narcotráfico. Esto es, ciertamente, muy indicativo de cómo se expresa, ya en el ocaso de esta administración, la estrategia que se adoptó como cimiento de la tarea de gobernar. No hay evidencia de que todo esto culmine en un país en paz consigo mismo. La herencia que deja a un nuevo gobierno es gravosa y afecta el espacio más amplio de la estructura regional y local de una organización federal como la nuestra.
De la educación como actividad específica y proceso de naturaleza social debemos admitir sin subterfugios su estado altamente crítico. Así se pone en evidencia de modo cotidiano y también lo exponen las pruebas internacionales en la materia. En todos los niveles las fallas son graves, la estructura general del sistema debe ser revisado y ordenado para alcanzar los objetivos más altos posibles de alfabetismo, funcionalidad y formación efectiva. El sistema existente restringe el desarrollo potencial de los individuos, ejerce un efecto negativo en la configuración de la sociedad, es decir, en la creación de oportunidades, la persistencia de la desigualdad y el esquema general de los valores.
En cuanto al manejo de la economía, ha estado concentrado en el mismo grupo incrustado firmemente en el Banco de México y en Hacienda desde hace más de tres décadas. Su capacidad de control y forma de reproducción –bastante endogámica– ha impuesto criterios y políticas de largo alcance que han determinado la estructura que hoy tiene la economía. Esto abarca los planos de la producción, el financiamiento, la fiscalidad (los ingresos y el gasto públicos), la configuración de los mercados, el carácter del consumo y la inversión, y las transacciones con el exterior. Además, ese grupo ha administrado crisis recurrentes durante el mismo periodo y cuyos costos siguen siendo muy onerosos y sus efectos en la creación y uso de la riqueza muy sesgados.
La gestión económica así practicada se ha escudado de modo explícito en vertientes del pensamiento único, ya sea el que sucesivamente provenía de los corredores del FMI y del Banco Mundial, del Consenso de Washington, de la Reserva Federal o de Goldman Sachs. La productividad marginal de esta forma de hacer la política económica está en franca caída. Lo más que puede ofrecer ahora es una estabilidad relativa y frágil en un entorno de muy lento crecimiento con baja productividad, poco empleo, la mayor parte informal y precario, y una alta concentración del ingreso y la riqueza.
El próximo gobierno no puede pretender seguir este camino de modo acrítico. Pero el PRI y el PAN no se salen del esquema, creado por uno y mantenido sin tacha por el otro. La macroeconomía, de cuyos resultados tanto se ufana el gobierno, está anclada en un funcionamiento microeconómico con pies de barro. No reconocerlo es perpetuar la situación actual y la ilusión de que las cosas funcionan.
El primer paso debe ser recomponer el esqueleto de las finanzas públicas para asegurar fuentes y usos más productivos de los recursos que se generan. Esto es, valorar la capacidad productiva de las empresas mexicanas y la generación de empleo para acrecentar la capacidad competitiva y, al mismo tiempo, aprovechar mejor las oportunidades de los mercados internacionales. Lo mismo debe hacerse con la arquitectura del sistema financiero que ha quedado muy reducido en su capacidad de financiamiento.
Hay mucho espacio para idear una economía bastante mejor de la que dejan quienes la han conformado en décadas recientes, sobre todo en un escenario mundial de crisis que tendrá que enfrentar el próximo gobierno.
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