No sé ni creo que nadie sepa a ciencia cierta cómo y cuándo terminará la guerra, absolutamente perdida, contra las bandas del crimen organizado.
Mentirá, seguramente, el aspirante presidencial que diga que conoce la receta para pacificar al país de un día para otro.
Retirar de inmediato al ejército y a la marina armada de las calles y las carreteras no es posible.
Claro está, la presencia de cada día más militares patrullando a lo largo y ancho del país no acabará con las mafias.
Pero, desde luego, peor sería no seguir combatiendo a los criminales.
El problema es que ese combate no ataca las causas verdaderas de la violencia, que tienen que ver con el atraso educativo, económico y cultural de México.
¿Qué hacer?
Diseñar y llevar a la práctica programas de desarrollo realmente eficaces y, al mismo tiempo, insistir en que se legalice el comercio de las drogas más vendidas, como la marihuana.
Es la única salida.
Si se tiene éxito, en el mediano plazo empezará a serenarse la sociedad mexicana.
¿Y en el corto plazo? Lo único que podemos hacer es prepararnos para más violencia.
Ojalá el cambio de gobierno que se dará en 2012 ayude, pero falta tanto tiempo y, si nos equivocáramos los ciudadanos al votar en las urnas, algo por desgracia muy probable, tal todo podría empeorar.
Como nunca, debemos ser racionales a la hora de elegir al próximo presidente de México.
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