Hillary Clinton, secretaria de Estado del gobierno estadounidense, vino ayer a México. Apenas la semana pasada se anunció su visita; se reunió con la canciller Patricia Espinosa y luego con el presidente Calderón, con cada uno en una ciudad diferente, para hablar oficialmente desde cambio climático hasta narcotráfico. Todo en menos de un día. Pareciera que la visita obedeció a algo urgente, pero los discursos reflejaron lo contrario: un encuentro protocolario más.
Se entiende que la compleja agenda bilateral de dos naciones contiguas obligue a ambas a estar en contacto permanente. La cercanía geográfica, además, hace factibles las visitas y la relación directa. Aun así, resulta poco común ver en los círculos diplomáticos que funcionarios de alto nivel realicen viajes relámpago a otros países, máxime cuando avisan del traslado con apenas unos días de anticipación. De ahí que lo más normal sea deducir alguna urgencia, que no se ve clara en los discursos pronunciados ayer.
Las palabras que se escucharon fueron cooperación bilateral, corresponsabilidad, apoyo económico vía la Iniciativa Mérida, reconocimiento estadounidense a la lucha antinarco del presidente Calderón, entre otras. Nada que no se haya escuchado en anteriores ocasiones en voz de la propia Hillary Clinton, quien visitó ya el país en 2009 y 2010.
Qué bueno que existe tal nivel de comunicación entre los dos gobiernos como para acudir al llamado del vecino en cuanto lo solicita. Sin embargo, habría que exigir más que muestras de solidaridad luego de estas reuniones. Los problemas bilaterales, sobre todo en materia de seguridad, son muy serios como para que los avances parezcan tan exiguos. Es necesario aclarar si lo dicho ayer es todo lo que se hizo, pues el vacío de información oficial suele llenarse con suspicacias.
WikiLeaks divulgó este domingo que el FBI (Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos) tuvo la anuencia del gobierno mexicano para interrogar en territorio nacional a migrantes sospechosos de terrorismo. Con este antecedente fresco —el cual por cierto no fue mencionado ayer— lo mejor para las administraciones de Barack Obama y Felipe Calderón sería recurrir a la transparencia. Ya suficientes suspicacias e inconformidades hay entre las ciudadanías de ambos países como para dar la apariencia de que todo está perfecto en la relación bilateral.
La vinculación entre mexicanos y estadounidenses es compleja y en ocasiones irreconciliable. Lo último que ese nexo necesita es mayor opacidad.
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