En su libro El proconsulado, publicado en 1939, José Vasconcelos fustiga con severidad a los gobiernos de Obregón y de Calles, especialmente a este último, por su sometimiento al gobierno de Washington, por la influencia y preponderancia del embajador Dwight W. Morrow quien, como revela el autor, actuaba como procónsul de su gobierno imperial.
Este nefasto personaje, Morrow, era un abogado al servicio del banco estadunidense JP Morgan metido a diplomático, y ejerció en el gobierno de Plutarco Elías Calles una influencia total, al grado de que los amigos y los enemigos del sonorense le reconocían más fuerza que a un secretario de Estado y lo aceptaban como el personaje más influyente en la política mexicana de la época.
Durante el imperio romano, un procónsul era el gobernador de una provincia sometida a la metrópoli; tenía el carácter de magistrado y la obligación de proteger los intereses de Roma y de los ciudadanos romanos en la provincia a su cargo. Vasconcelos, El maestro de América, con muchos agravios recibidos de Calles, destaca el paralelismo entre los funcionarios romanos y los embajadores de Estados Unidos en México; no hay que olvidar que hacía muy pocos años se había firmado entre los gobiernos de ambos países el llamado Tratado de Amistad y Comercio, conocido en México como los Acuerdos de Bucareli, por el cual el gobierno mexicano reconocía y se obligaba a pagar daños reales y supuestos a ciudadanos estadunidenses durante la Revolución y, lo más grave, aceptaba que el artículo 27 constitucional, en lo referente al petróleo, no podría aplicarse retroactivamente a las compañías petroleras de ese país.
Las justas y oportunas recriminaciones de Vasconcelos podrían, en nuestros días, hacerse al gobierno encabezado por Felipe Calderón, por actuar ante el poderío estadunidense en forma similar. Entonces, uno de los plenipotenciarios de ese país, declaró: México hizo un papel airoso para obtener el reconocimiento; se refería a las relaciones entre ambos países que se habían roto unos años atrás. Hoy, Hillary Clinton felicita al presidente porque también está haciendo un papel airoso. Es la forma de calificar a quienes sirven bien a los intereses del vecino, con el que siempre hay que tratar con cuidado y con firmeza. Lamentablemente nuestro gobierno actual, al igual que entonces bajo la presidencia de Calles, no ha estado a la altura que debiera y no sólo acepta ciegamente los lineamientos y las indicaciones provenientes del norte, sino que, según ha revelado Wikilaeks, se ha atrevido a pedir auxilio expresamente para salvar un poco la cara de su régimen en el caso extremo de la fronteriza Ciudad Juárez.
Da pena ajena. Los signos vergonzosos son muchos: las visitas constantes de altos funcionarios de Washington a Los Pinos, las exigencias para que cumplamos al pie de la letra con el tratado de libre comercio y otros tratados leoninos, como el de aguas, pero sin que por nuestra parte podamos exigir el cumplimiento a la contraparte; basta recordar el caso de los camiones de carga mexicanos que no pueden circular por las carreteras allende la frontera.
Otro signo ominoso es la aceptación de la llamada Iniciativa Mérida, nombre inexplicable de lo que era originalmente el Plan México; por él se abre la puerta a la injerencia militar y de inteligencia en cuestiones de seguridad interna mexicana a cambio de préstamos en especie, ni siquiera decididos por la parte mexicana, sino determinados por funcionarios de Estados Unidos.
Felipe Calderón sin duda ha olvidado sus lecturas de Vasconcelos. No recuerda la insistencia y tenacidad de este destacado pensador, que defendió con gallardía el honor y la soberanía nacionales. El pensamiento de Vasconcelos influyó en la doctrina del Partido Acción Nacional, que ahora se encuentra arrumbada, pero que en su momento sostuvo que la nación mexicana es una realidad viva con tradición propia y con un claro destino.
Un párrafo que hay que echarles en cara a los panistas actuales, discípulos adelantados del priísmo, es el contenido en la declaración de Principios de Doctrina de 1939, que en uno de los párrafos del capítulo primero, denominado Nación, dice textualmente: El desarrollo interno de México, su verdadera independencia y su colaboración eficaz en la comunidad internacional, dependen fundamentalmente de una celosa conservación de la peculiar personalidad que nuestra nación tiene como pueblo iberoamericano, producto de unificación racial y ligado esencialmente a la gran comunidad de historia y de cultura que forman las naciones hispánicas.
Estas convicciones de que México forma parte de lo que llamamos hoy América Latina, y que sus ojos e intereses deben estar dirigidos hacia esa comunidad que con gallardía se opone al sometimiento, por lo visto han sido voluntariamente olvidadas o lo peor, postergadas por compromisos inconfesables.
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