miércoles, 26 de enero de 2011

La muerte de John Skirius-- Elena Poniatowska

Murió en su casa en Los Ángeles el profesor John Skirius, quien dedicó gran parte de su vida a estudiar a México, a José Vasconcelos y la cruzada de 1929. Graduado summa cum laude en la Universidad de Dartmouth College, Skirius hizo grandes aportaciones a nuestra historia y obtuvo su doctorado en Harvard, en 1975, con los profesores John. H. Parry, Enrique Anderson-Imbert, Juan Marichal y John Womack. Se dedicó a la historia latinoamericana y a las lenguas romances. Mientras Womack escogió a Zapata, John Skirius se inclinó por José Vasconcelos.

Ambos se la vivían en las hemerotecas y entrevistaban hasta el último zapatista y el último vasconcelista. Womack después se dedicó a buscar a los trabajadores de Río Blanco y al estudio de la historia de Veracruz, según él, el estado más excepcional de nuestra República. En 2009 le fue entregada la medalla 1808, que él a su vez entregó al Sindicato Mexicano de Electricistas.

John Skirius, por su parte, se entregó a proyectos ligados a los ensayistas mexicanos. Su disertación José Vasconcelos, cruzado mexicano de los veintes fue el primer estudio de la época posrevolucionaria de la carrera política de Vasconcelos, a quien Skirius consideraba el intelectual mexicano que más influencia ejerció en nuestra política y en nuestra historia, ya que en 1929 movilizó a muchos que lo siguieron en su campaña. Decir Yo fui vasconcelista era una garantía de probidad moral y de estar del buen lado de la barrera.

Claude Fell, autor del extraordinario libro Los años del águila y José Joaquín Blanco cuya obra Se llamaba Vasconcelos es una fuente excepcional de información, admiraban el trabajo de su colega y precursor John Skirius.

Profesor de tiempo completo en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), John Skirius publicó El ensayo latinoamericano del siglo XX en el Fondo de Cultura Económica y revisó cada una de sus cuatro ediciones. También publicó ensayos sobre Carlos Fuentes, Borges, Fernández de Lizardi, Octavio Paz, Reyes y Vasconcelos, José Martí, Malcolm Lowry, Vargas Llosa, Agustín Yáñez, Eloy Arroz, Jorge Volpi, Carmen Boullosa y muchos más. Al mismo tiempo que la curiosidad atravesaba sus ojos también los atravesaba el relámpago de la angustia. En la UCLA organizó conferencias y simposios dedicados a la cultura de América Latina, pero sobre todo a México, y una numerosa cauda de estudiantes siguió sus reuniones y sus encuentros. En muchas ocasiones, los invitaba a comer. Interpretar la vida intelectual y literaria de América Latina y de sus escritores era uno de sus objetivos, pero su caballito de batalla siempre fue José Vasconcelos y seguramente Claude Fell, José Joaquín Blanco y otros estudiosos de Vasconcelos lo reconocerán.

Nunca pensé que escribiría yo una nota sobre la muerte de John Skirius, puesto que él había nacido en Los Ángeles en 1948. Tuvo problemas de salud y cambió de delgado a obeso. Recuerdo que hace más de 15 años di una conferencia en la UCLA y sentado hasta atrás en una butaca vi a un hombre que me hizo pensar en Orson Welles o en Marlon Brando, ya viejos. He aquí a un oyente misterioso –pensé. Resultó ser John Skirius. Lo había yo conocido en México. Años antes, mamá lo invitó a comer con Enrique Krauze. (A lo mejor, Enrique ni se acuerda). John era delgadito, nervioso, inteligente. Parecía inglés y vino con su esposa güerita que también parecía inglesa. En su conversación, John competía con Enrique y mamá pronosticó: El que va a ganar es Enrique.

Quise muy bien a John y volví a encontrarlo en Los Ángeles, en la Universidad de California. También vino a México. Sus alumnos (entre otros Manuel Gutiérrez) lo seguían y lo querían. En esa interminable ciudad de Los Ángeles, en la que uno sube a un automóvil a las siete de la mañana y no se baja sino hasta las siete de la noche, porque la vida se convierte en un listón de asfalto, John hacía el esfuerzo por invitarme, llevarme al museo, caminar, recogerme en el aeropuerto a pesar de su mala salud, y desde luego ponerse contento y sonreír como una plácida y sabia montaña en medio de sus alumnos.

Ir a Los Ángeles y ya no verlo va a ser una gran tristeza, pero tenemos sus libros, sus ensayos y su conocimiento de Vasconcelos y de nuestro país. Y su sonrisa. La sonrisa de un hombre que atravesó muchos precipicios y seguramente llegó a la cima nevada.

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