Hace días estuve en una reunión de Encuentro, AC en Mérida, Yucatán. Algunos de los participantes que tomaron la palabra citaron a Marx y a Lenin antes de expresar su apoyo a esa asociación civil que busca establecer un diálogo entre Andrés Manuel López Obrador y los distintos grupos de la sociedad civil, como los empresarios. Me pregunté si el marxismo y el leninismo son el mejor inicio para una relación con hombres y mujeres de negocios. Me respondí que eso no tiene importancia, ya que se trata más bien de una anécdota tan simpática como folklórica.
Estuve después en otro evento de Encuentro, AC, con cooperativistas, encabezado por Andrés Manuel. De nuevo, las personas que tomaron la palabra citaron a Lenin y a Marx. Uno de los oradores hasta me pareció que imitaba los movimientos de Trotsky cuando este maravilloso personaje hablaba en público en aquellos años, casi prehistóricos, de la revolución rusa. Con sinceridad diré que eso lo vi todavía más simpático e infinitamente más folklórico.
Admiro a Trotsky desde que leí hace muchos años, en mi adolescencia, Trotsky, el profeta armado de Isaac Deutscher. Y de Marx pienso que es sencillamente un genio del que siempre recomiendo uno de sus libros, El 18 de brumario de Luis Bonaparte, que me parece fundamental para entender un sistema político como el mexicano. A Lenin lo admiro menos, sobre todo porque leí un artículo suyo, publicado por la famosa Editorial Progreso, en el que decía que Rusia era, en los años de la revolución, el lugar donde más libertad había en el mundo y que eso no debía permitirse. Por cierto, la Editorial Progreso, de la Unión Soviética, vendía muy bien sus obras, por baratas, en una librería del centro de Monterrey que operaba con un éxito comercial bastante burgués cuando yo era estudiante de preparatoria.
Al margen de lo que admire o no a esos socialistas, creo que la interpretación que de ellos dan ciertos izquierdistas mexicanos no viene al caso en el mundo de hoy. Pero de esto hablaré después.
Así que, cuando en Mérida me pidieron que tomara la palabra empecé mi discurso diciendo que, en el contexto del movimiento de López Obrador, en el que participo con entusiasmo, soy un verdadero NiNi: ni soy político ni mucho menos soy de izquierda.
Esto es, entre dos célebres Carlos, Slim y Marx, me quedo con Slim.
Estoy de acuerdo con Carlos Slim en que se debe invertir en México para generar riqueza en México. Y es que solo la riqueza produce los empleos que son el único antídoto contra la pobreza. Por si no lo ha entendido Felipe Calderón, cuando nuestro país ofrezca a sus ciudadanos suficientes empleos se acabará el problema terrible de las grandes mafias del narcotráfico; antes, no.
También estoy de acuerdo con Slim en que los empresarios solo están obligados a producir mercancías y servicios y a venderlos como mejor puedan en un ambiente, por desgracia inexistente en México, de sana competencia económica. Es decir, los empresarios no tienen la obligación de ser caritativos ni de regalar nada. El que quiera regalar parte de su fortuna, como se supone hizo Bill Gates, pues que lo haga. Pero eso, regalitos, no es lo que la sociedad espera de sus mujeres y hombres de negocios. Lo que de ellos se valora, nada más, es su capacidad para organizar empresas, para desarrollar nuevas mercancías con cada día mejor tecnología y para llevarlas a todas partes a cambio de una ganancia.
Caridad, no. De acuerdo con el señor Slim. Pero, ¿y cooperativas? El modelo de las cooperativas, que no son sino un tipo particular de empresas privadas, funciona en muchas partes del mundo. Me encantaría saber qué piensa Carlos Slim de las cooperativas. Ojalá un día lo diga en público. También me gustaría preguntarle si él estaría dispuesto a hacer de alguna de sus empresas una cooperativa con sus trabajadores, o bien a desarrollar una nueva compañía como un cooperativista más entre muchos aportando su talento empresarial y no tanto su dinero.
No creo que vaya a ver a Slim en los próximos días, semanas, meses, años. Tal vez no lo veré nunca y no tendré oportunidad de preguntarle sobre las cooperativas. Cuando pude reunirme dos o tres veces con él, hace años, no le pregunté. Se me fue la oportunidad. Pero, en fin, creo que el cooperativismo funciona, que nada tiene que ver con la caridad y que un empresario tan importante como Carlos Slim debería participar también asociado con cooperativistas.
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