Hay una guerra de declaraciones, muy pública, entre el ex- presidente Carlos Salinas de Gortari y el ex – historiador Enrique Krauze, a quien el primero lo acusa de ser un ideólogo “a modo” de quien está en el poder.
Probablemente lo que precipitó el encontronazo, fue una carta que Salinas le envió a Carmen Aristegui, luego de que ella divulgara en mayo de 2009 unas polémicas declaraciones del ex –presidente Miguel de la Madrid, en que señalaba corrupción en ciertas dinámicas públicas de Carlos y su hermano Raúl.
Salinas incluyó en dicha carta una cierta “amenaza” soterrada, dirigida a cuantos podrían haber salido beneficiados de su paradigmático sexenio neoliberal, como diciendo que podrían salir a la luz informaciones muy incómodas que pondrían en entredicho no sólo “nombres políticos”, sino inclusive aludió a figuras de los medios y la “cultura”.
Lo que al parecer fue una advertencia dirigida a una multiplicidad más o menos anónima de socios, recordándoles “gentilmente” que no deben osar meterse demasiado con su persona, sin lugar a dudas surtió algún considerable efecto especialmente en el Monopolio mediático mexicano —negocio apropiado por los asociados Azcárraga, R. Hernández de Banamex, Ricardo Salinas y unos cuantos más— ya que si bien antes de ese asunto la televisión había comenzado a hacer referencias a Salinas de Gortari, algunas positivas y otras negativas, luego de eso su figura pareció regresar tras del usual manto de silencio protector que desde entonces lo cubre.
El que Salinas acuse recientemente a Krauze de no recurrir en sus informaciones a fuentes de primera mano, implicando que las fuentes de Krauze no son fidedignas, es algo gravísimo para un nombre que llegó a la fama como “historiador”, si bien desde 2005 para acá es más conocido por sus litigios judiciales y sus rencillas políticas, que por ninguna otra cosa.
Pero si “unimos puntos”, la dirección de las palabras de Carlos Salinas sigue una indiscutible trayectoria: primero dijo que incluso figuras de la “cultura” se podrían haber beneficiado de aquél “pesebre” al que ahora “patean”, y la propia Carmen Aristegui le dio considerable relevancia a ese peculiar hecho de que figuras culturales relevantes pudieran estar entremetidas, cuando comentó la carta en su programa homónimo por CNN, y posteriormente Salinas con sus publicaciones y declaraciones enciende una confrontación directa con Enrique Krauze, con nombre y apellido.
En mi opinión, la verdadera motivación de la rencilla “histórico-presidencial” Salinas-Krauze es que Krauze es un álter ego —lat. “otro yo”— de Salinas y viceversa: es muy curioso observar cómo ambos se disputan ahora el mismo terreno al cual han convergido desde sus respectivas trayectorias, es decir, Salinas como político convertido en intelectual con sus múltiples y voluminosas obras, y Krauze, historiador convertido en activista político, con sus diversas publicaciones polémicas y teleseries, auspiciadas en gran medida por Televisa o medios españoles.
Ese terreno en disputa es ni más ni menos que el derecho a ser y convertirse en el “cronista”, narrador y apólogo oficial de la superestructura del Poder en México, o mejor le llamamos, del Régimen neoliberal mexicano.
Todas las “ciudades” de importancia (entrecomillado, porque el término puede ser extensivo a una región o país) tienen por derecho y tradición un cronista en cada época, que será quien tenga el honor de presentar ante la Historia oficial de la Nación el relato de los logros, las victorias y los héroes de toda una época: en ello puede irse la reputación entera de tal o cual figura histórica.
Hasta el día de hoy pervive la controversia sobre el carácter de un episodio polémico de la historia: la Conquista de la Nueva España, cuyo “texto oficial” es hecho por Bernal Díaz del Castillo, soldado de Hernán Cortés, y cuyo polémico lado lo presenta el célebre fray Bartolomé de las Casas.
Pero ese es un caso de antagonismo en la historia, en cambio, entre Salinas y Krauze existe la misma visión de las cosas y de la historia, no sólo de lo que “ha sido” sino de lo que “debe ser”, con la salvedad de que Krauze ha querido aparentar objetividad crítica denominado al ex – presidente con uno de sus típicos “motes” lapidarios: como el “hombre que quiso ser rey”.
—¡Pardiez…! ¡Como si cada líder político desde el México independiente no haya querido ser lo mismo desde Iturbide!
Krauze desemboca en la denostación individual, para tratar de salvar de sus propios males congénitos al Régimen que él y su empresa Televisa continúan abanderando hasta el día de hoy (digo su empresa, porque es productor ejecutivo asociado, con voz y voto en su Consejo de Admistración), como si éste Régimen no hubiese sido la súper-estructura del Poder construida por toda una clase política neoliberal en su conjunto por lo que ya suman décadas.
Salinas por sí solo no hubiera podido hacer jamás la Contrarreforma agraria que hizo, ni el Tratado de Libre Comercio que implementó, ni la persecución político-sindical que ejecutó —sonadísimo caso el petrolero entre muchos otros— cuando esto estorbaba a la agenda política extranjerizada.
Entonces se van “atando los cabos” de la agridulce controversia (agria para ellos, dulce para el resto) “krauzalinista”, y de cómo las palabras de Salinas dirigidas por conducto de Aristegui a toda una caterva de personajes ligados y/o —como dicen los españoles— “liados” con una extensa clase política que ha gobernado, considerandos más o considerandos menos, con auténtico brazo de hierro a México desde hace ya 30 años: Régimen que le dio cuerpo nuevo al anterior producto de la descomposición post-revolucionaria, de Ordaz-Echeverría, y en lo cual López Portillo fue sólo un paliativo promisorio, de una moderada transición democrática que en los hechos nunca llegó.
Fue Salinas el que eliminó el Instituto Mexicano de Televisión (IMEVISION) —de memorables figuras, líderes de opinión, como Rolando Cordera— privatizándolo a TV Azteca, quedando así eliminada la seriedad del pensamiento por televisión en México, vacío que naturalmente pretendió ocupar luego en su favor el Monopolio comercial de Azcárraga, y así fue como Enrique Krauze se convirtió en el designado “cronista oficial” del Régimen, no sin un precio muy caro que pagar, pues asociarse al infame Monopolio mexicano encubridor de fraudes y explotador de conciencias y dignidades, no es ninguna “gracia” en un país como México que, a la fecha, lucha por rescatar los despojos que puedan quedar de la reforma política portillista de democratización.
Y surge aquí otro jugosísimo premio en disputa, por ser “cronista oficial” entre los citados: que la narrativa histórica que se haga de lo político-electoral, de De la Madrid a la fecha, comporta unas densísimas repercusiones para la política del futuro inmediato, pues ambos neoliberales no se equivocan al pensar que cualquier Régimen político, aún el mexicano, necesitan de su propia ideología y de “su verdad” para conseguir subsistir: entonces la encarnizada disputa por la “política ficción” entre ambos, apenas comienza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario