Desde ayer la Suprema Corte es presidida por el ministro Juan Silva Meza, quien arriba a su cargo por votación mayoritaria de los demás ministros, en un relevo considerado terso, lo que da idea del buen ambiente en el más alto tribunal del país.
La Corte ha asumido en últimos años un papel preponderante en el equilibrio de fuerzas políticas, económicas y sociales de México, ayudando a la gobernabilidad en tiempos en los que los otros dos Poderes —Ejecutivo y Legislativo— no logran ponerse de acuerdo, se entrampan en discusiones sin fin o se crean callejones sin salida que detienen la marcha de la nación.
La Corte ha intervenido, como pocas veces en su historia, no sólo en grandes asuntos abstractos de interpretación constitucional, sino en casos muy concretos donde se encuentra comprometida la justicia en todas sus acepciones: social, jurídico, económica y política.
Aun así, la tendencia de la Corte ha sido la de explicar y justificar las razones de sus actos, exponer públicamente sus debates y mostrar las posiciones de todos los ministros, aun cuando éstas sean diferentes y aun encontradas.
Silva llega con la obligación de mantener esa política de transparencia que tanto ha prestigiado al Poder Judicial, e incluso de acendrarla en aquellos ámbitos de la Judicatura todavía poco abiertos, como el manejo de los recursos, decisiones sobre el escalafón, nombramientos y criterios para otorgar prestaciones, que terminarían por redondear positivamente su presencia ante la sociedad.
Tampoco es impensable que la misma apertura mediática que ofrecen los ministros en sus sesiones pudiera hacerse extensiva a tribunales federales, por ejemplo, para que éstos puedan ser seguidos por el público vía internet o televisión, y hacer de esta práctica algo común.
El nuevo presidente asume su cargo con un importante bono personal, prestigiado por haber participado en casos de difícil interpretación jurídica y fuerte exposición pública: la matanza de Aguas Blancas, el conflicto en Atenco, las agresiones a la periodista Lydia Cacho, el caso de las indígenas Alberta y Teresa, las sentencias sobre aborto y matrimonios de homosexuales en el Distrito Federal, entre otros. De todos salió airoso y haciendo que la justicia avanzara.
Ahora como presidente de la Corte no será él quien decida por sí solo el sentido de las sentencias, pero sí podrá ser un fiel de la balanza en caso de que alguna votación se divida. No se espera menos de él.
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