domingo, 2 de enero de 2011

Hablar de dinero -- Marta Lamas

MÉXICO, D.F., 29 de diciembre.- Pocas cosas producen tantas consecuencias nefastas y peligrosas como el dinero: diputados que sin ningún conflicto ético aceptan que la Cámara solvente desde cuestiones personales (como la peluquería) hasta obligaciones ciudadanas (como sus impuestos); cúpulas partidarias que impiden la creación de nuevos partidos políticos (pues habría que repartir entre más el pastel de la subvención); empresarios que eluden de mil maneras pagar sus impuestos y que escatiman a sus trabajadores la repartición de utilidades; personas que se venden por dinero (y no hablo sólo del comercio sexual); narcotraficantes que atentan contra la sociedad por dinero; cómplices “decentes” que “lavan” ese dinero, y, final y aterradoramente, sicarios que secuestran y matan por dinero. Money makes the world go round, dice la canción. Lo que no aclara es en qué pavorosa dirección lo hace girar.

¡Habría tanto que decir sobre el dinero! Todos necesitamos ganar dinero, y no se trata únicamente de ambición o de codicia. Tener dinero se plantea como una necesidad fundamental para asegurarse dónde vivir, para vestirse y alimentarse, para educar a los hijos, para pagar medicinas, en fin, para vivir decorosamente. Sin embargo, hay un porcentaje ínfimo de personas –los multimillonarios– para quienes el dinero parece ser otra cosa.

Georg Simmel ha dicho que el dinero, por ser un equivalente universal de todos los bienes, se parece a Dios. Y Simmel encuentra gran similitud entre el deseo de absoluto que es propio de la experiencia religiosa y el deseo de tener más y más dinero. Ese deseo del absoluto que el dinero promete parece ser lo que impulsa a los empresarios y financieros de éxito a seguir y seguir acumulándolo, sin saciarse.

El caso de Slim es paradigmático. Personalmente él ya no necesita más; sin embargo, sigue y sigue haciendo dinero. ¿Qué busca? Probablemente lo que Simmel apuntó: el absoluto que la posesión del dinero parece prometerle. De otra manera no se explica que una persona inteligente como él siga acumulando millones que no necesita para cubrir sus necesidades (por muy lujosas que éstas sean). Salvo que Slim esté poseído de ese deseo de absoluto del que habla Simmel, no resulta fácil comprender por qué en lugar de subir la calidad de sus productos y abaratar su costo (el servicio telefónico, la comida de Sanborns, etcétera) persiste en exprimir hasta el fondo a sus consumidores y a sus trabajadores más vulnerables. ¿Por qué no le interesa, por ejemplo, que las meseras y el personal de cocina de Sanborns estén mejor pagados? ¿O que las personas que enfundadas en unos trajes amarillos y que venden en la calle tarjetas Telcel tengan prestaciones en lugar de comisiones? ¿Por qué no se preocupa por subir el nivel de vida de sus trabajadores y sus consumidores? ¿Qué otra cosa sino el deseo de absoluto, confundido en este caso con el dinero, puede llevarlo a ese extremo de rapacidad?

Slim es un empresario “filantrópico”, que dona cantidades importantes y beca a miles de estudiantes. Pero esa buena actitud no basta. No es por maldad, sino por compartir la “lógica de mercado” que este magnate tiene un desinterés vital respecto a la posibilidad de transformar sustantivamente la situación de la mayoría de las personas en nuestro país.

Pero no hay que personalizar. También otros empresarios y, más aún, los financieros, corredores de la Bolsa o banqueros que trabajan a manos llenas con esa abstracción que es el dinero, se confunden ética y políticamente. Parecería que todos ellos creen, por tener dinero a manos llenas, que tienen, aunque sea por un momento, el absoluto. Y cuando se tiene el absoluto, ¿por qué detenerse en detalles nimios, como la situación de los demás, los trabajadores y consumidores, incluso de aquellos que dependen directamente de ellos?

La acción política es la única capaz de modificar este esquema de acción de los multimillonarios. No hay suficiente dinero de la recaudación de impuestos para financiar buenos servicios públicos. ¿Acaso es justo que los millonarios paguen el mismo porcentaje de impuestos que los profesionistas de clase media, el 35%? Los políticos, que supuestamente trabajan para la sociedad, tendrían que poner reglas más estrictas a quienes tienen más. Sí, en teoría los políticos deberían tener eso que Weber llamó la ética de la responsabilidad. Pero nuestros diputados y políticos (con honrosas excepciones) están más interesados en “proteger” los intereses de los empresarios y financieros que en hacer leyes que apunten a una mejor redistribución de la riqueza y de la seguridad: En una sociedad más equitativa, con buenos servicios sociales, no hay necesitad de guaruras ni existe el miedo al secuestro.

Habrá que revisar el vínculo impuestos/seguridad en el marco de ser el país con el hombre más rico del mundo y, al mismo tiempo, con un índice brutal de desigualdad y pobreza. Hay que hablar de dinero, de cuántos impuestos pagan los que tienen más y de cómo esos impuestos se transforman –o no– en servicios públicos. Hay que hablar de qué significaría que todos los ciudadanos tuvieran una renta básica, o sea, un ingreso ciudadano mínimo y contaran con una seguridad social de calidad. Sí, el año que viene habrá que hablar más del dinero, del supuestamente privado y del público, pero mientras tanto les deseo que tengan un buen inicio de año, sin problemas de dinero.

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