Las conversaciones en la Casa Blanca entre el presidente Barack Obama y su homónimo de China, Hu Jintao, que comenzaron el 17 de enero por la noche, no son sólo cualquier cumbre. El ex asesor de seguridad nacional de Estados Unidos Zbigniew Brezesinski resumió el estado de ánimo, describiendo la reunión como “el encuentro de alto nivel EU-China más importante desde el histórico viaje de Deng Xiaoping, hace más de 30 años”. Algunos en ambos países consideran que las opciones se resumen a una de guerra o paz futura.
Enfrentando las críticas públicas, y el escrutinio del Congreso y el sector empresarial, Obama está presionado a defender los intereses de Estados Unidos y obtener resultados tangibles. El último año ha traído una serie de choques públicos, reforzando en EU la creencia creciente de que China estaba cambiando su papel designado de socio importante por el de un rival estratégico. Temas específicos —las supuestas prácticas comerciales injustas de Pekín y el robo de la propiedad intelectual, las ventas de armas estadunidenses a Taiwán y las disputas por la seguridad del mar del Sur chino, el intento de bloquear Google y la detención del ganador del premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo— hicieron que la temperatura bilateral se elevara, en ocasiones hasta el punto de ebullición.
Algunos comentaristas de derecha afirman que Estados Unidos y China ya están en guerra, aunque todavía no en el sentido convencional, y acusan a Obama de ingenuidad. A través de la manipulación de la moneda, el desgaste comercial y la expansión de las inversiones en el extranjero, Hu está buscando “la guerra por otros medios”, dijo Irwin Stelzer en Weekly Standard, añadiendo: “El régimen comunista ve la política comercial meramente como un arma estratégica en una guerra dirigida a superar a Estados Unidos como el poder económico y militar mundial preeminente”. Citó la jactancia del ministro de defensa de China, general Liang Guanglie, cuando dijo que “en los próximos cinco años nuestros militares avanzarán los preparativos para los conflictos militares en todas las direcciones estratégicas”.
Mientras que rechaza firmemente las analogías bélicas, la Casa Blanca sabe que tiene que luchar en varios frentes —el económico, el político y el ideológico. La secretaria de estado de EU, Hillary Clinton, dijo la semana pasada que las relaciones habían alcanzado una coyuntura decisiva: “Traducir las promesas de alto nivel de las cumbres y visitas estatales en acción depende de ambos países. Acción real en asuntos reales”.
Tim Geithner, secretario del Tesoro, Robert Gates, de Defensa, y Obama mismo se unieron a Clinton en el establecimiento de lo que Estados Unidos esperan de China. Su lista incluye una cooperación más amplia en la proliferación nuclear y cambio de clima, mayor apoyo en problemas específicos tales como Irán y Corea del Norte, y una política más responsable del tipo de cambio. Los funcionarios de la Casa Blanca dicen que Obama también planea subir públicamente la presión en el tema de los derechos humanos.
La semana pasada, Obama se reunió con importantes defensores de los derechos humanos que se encuentran en suelo estadunidense, para discutir la mejor manera de influir desde adentro en las actitudes. De acuerdo con el Washington Post, Obama recordó su infancia en Indonesia, que entonces era una dictadura. “Una cosa que mencionó en repetidas ocasiones fue la interrogante de cómo la omnipresencia del Estado y la corrupción afectan las vidas de la gente real”, dijo un funcionario. “Y luego preguntó cómo deberíamos utilizar nuestro poder... Se habló mucho sobre la manera de lograr que China escuche”.
El problema con el enfoque exhortatorio de Estados Unidos es que rara vez funciona. Clinton admitió que Pekín resentía intervenciones tales como una violación de la soberanía. Además, intentar difundir el mensaje de las libertades civiles al estilo Irán, a espaldas del Partido Comunista, podría sólo perjudicar a aquellos que Obama busca ayudar. China también tiene partidarios de línea dura. Ellos explotarían ese tipo de acciones para debilitar a Hu y al ala reformista del partido.
Esta realidad poco atractiva refleja una verdad más grande: EU debe dejar de intentar decirle a China qué tiene que hacer. Ésta es demasiado grande como para ser intimidada, demasiado cauta como para ser engañada, demasiado complicada como para ser cambiada. Y no puede ser razonablemente culpada por el menguante poder global de Estados Unidos. Un poco de conciencia individual, un enfoque en medidas prácticas y mutuamente beneficiosas, y una dosis de circunspección podrían funcionar mejor para evitar que una guerra de palabras se convierta en algo peor. Eso no quiere decir que los abusos a los derechos humanos se puedan ignorar, pero los actos ostentosos no ayudarán.
Hu quiere una cumbre exitosa. El año que viene se retira, y es político suficiente como para querer asegurar su legado. Pero no va a ceder. Antes de subir al avión advirtió a Obama que negociase cuidadosamente
o que se arriesgaba a aumentar el distanciamiento.
A Hu lo apoyan el Partido Comunista, el Ejército de Liberación del Pueblo y un público chino crecientemente nacionalista. Inclinarse ante EU no forma parte de su plan para el siglo XXI.
© The Guardian
Traducción: Franco Cubello
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