Según parece desprenderse del animado debate político y académico de las semanas recientes, el segundo del siglo traerá transformaciones globales de mayor trascendencia que las nada desdeñables que marcaron un primer decenio iniciado con los atentados del 11/9, concluido en los estertores de la Gran Recesión. 2011 y algunos más deberán ocuparse sobre todo de atender las secuelas pendientes y quizá no sea hasta la segunda mitad del decenio, más allá de 2015, cuando en realidad se manifiesten las potencialidades que apenas se apuntan. Se esbozan enseguida algunas de las tendencias globales que habrán de manifestarse a lo largo del año y del decenio.
El crecimiento económico global habrá de requilibrarse en tres dimensiones, al menos. Ya se ha tornado evidente un nuevo equilibrio de los protagonistas nacionales y regionales del dinamismo. Ahora corresponde a las llamadas economías emergentes proporcionar los mayores impulsos y convertirse en motores globales de un de-sarrollo diferente. Se combinan una prolongada perspectiva de avance lento de la expansión de las actividades productivas en las economías centrales y una constelación virtuosa de disponibilidad de recursos, oferta de trabajo de creciente calificación y rápida evolución técnica y científica en las mayores de las economías periféricas del pasado. De ahí puede derivarse la reaparición de las tendencias de largo plazo de redespliegue industrial a escala mundial, abandonadas por el dominio del capital financiero.
Hace unos días, Paul Krugman resumió la difícil perspectiva estadunidense: aun si se lograra sostener, lo que nadie se atreve a predecir, un crecimiento sostenido de 4 por ciento anual, el desempleo no se abatiría a menos de la mitad de la tasa actual (cercana a 10 por ciento), sino hasta mediado el primer periodo presidencial de Sarah Palin. En la Unión Europea, al menos la mitad del decenio se consumirá en los ajustes institucionales postergados y en regular de manera efectiva al sector financiero, subordinándolo a los objetivos de transformación económica y avance social de largo plazos. El dinamismo de las economías emergentes, por su parte, seguirá concentrado en el BRICS, que por decisión de sus líderes políticos suma ahora a Sudáfrica, junto con Brasil, Rusia, India y China y ha dejado de ser una elucubración de Goldman Sachs, para convertirse en un nuevo grupo de cooperación, realidad promisoria de la política internacional.
La segunda dimensión corresponde al equilibrio ambiental. En el decenio la insostenibilidad de las actuales formas de producción y uso de recursos, en especial en el sector de la energía, se tornará una realidad aún más incontrastable. Si Cancún dejó en claro que no es asequible, por el momento, un acuerdo global que remplace al Protocolo de Kyoto, es creciente el número de actores –naciones, organizaciones, empresas– que han decidido transitar hacia formas de operación ambientalmente sostenibles. Un número creciente de países ha comenzado a incluir los costos ambientales en la contabilidad nacional y a tomarlos en consideración al definir la configuración y oportunidad de sus acciones productivas. La transición hacia balances energéticos sostenibles se ha acelerado como resultado no sólo de los precios relativos de las diversas fuentes de energía, sino debido al imperativo de abatir las emisiones que acentúan el calentamiento global. China, donde tiene lugar una huida de los energéticos fósiles que, a pesar de su ritmo acelerado, tomará lustros para dejarse sentir, es uno de los casos más eminentes de esta tendencia. En India las consideraciones ambientales tienen tanto peso, al menos, como las económicas al decidir la asignación de los recursos de inversión productiva. Se advierte, en esta materia, una contradicción que habrá que resolver si se desea acentuar las tendencias positivas anotadas. El desarrollo y difusión de tecnologías asociadas al uso de fuentes de energía menos contaminantes debería aislarse de los criterios convencionales de la Organización Mundial de Comercio (OMC). China ha sido acusada ante este organismo de subsidiar sus exportaciones de bienes, equipos y tecnologías para energía solar, en especial a países de África y del centro de Asia, afectando el interés de proveedores estadunidenses. Se requiere algún estímulo universal que favorezca la mayor difusión posible de equipos y tecnologías de ese tipo, sin importar su origen.
La tercera de las tendencias corresponde a la generalización de las economías del conocimiento. Conforme avance el decenio, las opciones de crecimiento y diversificación económicas se concentrarán más agudamente en aquellos países y regiones que privilegien al desarrollo científico y tecnológico y se preocupen por ampliar de forma significativa la cobertura de la educación superior. En este aspecto, más que en casi todos los demás, se manifestarán las brechas entre los que avanzan y los que se rezagan. Es claro que no se trata únicamente de una cuestión de recursos, pero la asignación de recursos suficientes (y su blindaje, como ahora se dice, frente a las veleidades de la coyuntura) es un punto de partida indispensable. Igualmente importante es asegurar el empleo eficiente de esos recursos y su vinculación efectiva con las prioridades en materia de crecimiento y diversificación de la producción y los servicios. Sólo culminarán el decenio con perspectiva positiva aquellas naciones que hayan hecho de la construcción y expansión de la economía del conocimiento la mayor de sus prioridades, lo que no puede logarse en condiciones de desigualdad extremada.
Poste restante – ¿Por qué comenzar bien el año si se puede iniciar mal? Se comprende que Calderón prefiriera continuar sus vacaciones a acudir a la toma de posesión de Dilma Rousseff, pues corresponde al recelo y envidia con que mira casi todo lo relacionado con Brasil. Pero que tampoco haya ido la titular de Relaciones Exteriores es preferible verlo como gaffe diplomático –el primero, pero sin duda no el último del año– para no leerlo como desdén ostensible.
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