Los mercados no son sólo el lugar propicio para la especulación, pues sirven, aunque en menor medida, como fuente para la capitalización de las grandes empresas. Los mercados son, en realidad, el buque insignia de la derecha expoliadora mundial, su mera cabeza de playa. Ahí se traban las ambiciones y revelan todos los secretos del descarnado método que utiliza un ralo sector de privilegiados para ir concentrando la riqueza producida por las distintas sociedades del orbe. Unos más y otros menos, los gobiernos y corte de acompañamiento colaboran para tan desigual transferencia hacia las metrópolis (Wall Street y la City de Londres) de aquello que, en la parte sustantiva, generan los trabajadores.
No hay nada que esconder. Todo está a la vista. Tampoco resiste al análisis de los que quieran penetrar en tan conspicuo saqueo. No sólo en México se densifica tal fenómeno. Se extiende por el mundo con unas cuantas notables, combatidas y denostadas excepciones. La ferocidad con que proceden los mercados ante los rebeldes es innegable. Las armas con que cuentan en su retaguardia apabullan a muchos, mejor dicho a la casi totalidad de los tomadores de las decisiones públicas básicas. Los que se atreven a romper, normar o revertir algunas de sus aristas más rasposas son mostrados, de inmediato, como parias, bufones, imbéciles sin remedio. En última instancia los conductores y beneficiarios de los mercados preparan, bajo amenazas continuas, la fuga de capitales o la paralización de sus inversiones. A los que colaboran, en cambio, se les premia con frases y sonrisas, se les ofrece puestos en directorios y pergaminos varios, extendidos por sus organismos cupulares (FMI, BM, bancos trasnacionales, calificadoras, think-tanks y analistas y medios afines). Los préstamos, aparentemente sin condicionamientos según la retórica oficial, súbitamente aparecen frente al horizonte de aquellos que han mostrado entusiasmo en su accionar como colaboradores. Es el caso que, por estos días de vacíos informativos y carencias de positivismo difusivo, se divulga desde el Banco de México. Se ha concedido, dicen orondos a más no poder, un crédito (por doblegada conducta) por una cantidad fantástica: 75 mil millones de dólares. Ahí estarán, listos y sonantes, no vaya a ser la de malas. Claro que, advierten juiciosos y fingidamente prudentes los signatarios, no es obligatorio usar tales recursos, una simple precaución ante incidentes no previstos. Uno de ellos, bastante probable, podría ser una estampida del capital invertido en la bolsa de valores que alcanza, también, volúmenes similares.
La concentración de la riqueza, auxiliada por innumerables meandros adicionales a los mercados, sigue su drástico curso. Las reformas llamadas estructurales que más colaboran a tal propósito son de tipo fiscal, pero las de naturaleza social no dejan de ser apuntadas como necesarias. Lo cierto es que el salario ha perdido poder adquisitivo en proporciones alarmantes desde que el neoliberalismo entró de lleno en la escena mundial (Thatcher-Reagan). Trátese de Alemania, Estados Unidos, España, Japón y, en particular, México, el retroceso en ingresos de las masas es indignante. Las desgravaciones al capital y a los ingresos superiores han sido el conducto favorecido desde las cúpulas directivas. Por ello se ha empujado, durante años y en esa precisa dirección, a todo legislador o funcionario que desee ser etiquetado como responsable. Se trata, alegan, de modernizar la economía, hacerla competitiva, de aumentar la productividad. Asunto, este último, indispensable para el reparto que toque tanto los ingresos del trabajador como el empleo, sostienen aun en contra de evidencias empíricas que niegan dichas intenciones. En realidad, la productividad se impulsa para posibilitar concomitantes apañes del capital. Si no es tal el propósito cómo es que, en México, aun durante la parte aguda de la crisis actual, las utilidades y el valor de las empresas mayores cotizadas en bolsa aumentaron en, cuando menos, dos dígitos. Las acciones de esas mismas empresas han alcanzado niveles récord de incrementos. En la asediada España, la de las tribulaciones de la izquierda (PSOE) y el cerco de los mercados, las grandes fortunas personales amasaron 8.6 por ciento adicional en 2010. En cambio, el desempleo en ese país ronda el 20 por ciento y permanecen en espera de tiempos mejores que vendrán, si acaso, a cuanta gotas. El señor Calderón, por su parte, reitera que, bajo su responsable estrategia, el empleo alcanzó cifras deseables: casi un millón de nuevos asalariados. Lo que no dice es que 60 por ciento de los empleos formales obtienen uno o dos salarios mínimos. Tampoco revela que las intenciones de la reforma laboral pendiente es profundizar, aún más, la pauperización de los trabajadores y las clases medias. La tendencia al despojo no tiene límites, el capital y sus auxiliares de la derecha partidaria, irán bastante más allá de lo conveniente, de lo humano, que no quepa duda.
La derecha en el poder, desde hace unos 30 años, ha castigado, sin piedad ni pausa el bienestar de los mexicanos. Durante los últimos 10 se ha optado, además, por el endeudamiento acelerado y sin control que compromete a las próximas generaciones. Los ríos de recursos han sido caudalosos sin mejorar, aunque sea en menor escala, a los contribuyentes que después pagarán los platos usados. Véase, como prueba, el crecimiento de la deuda interna de México o la expoliación de Pemex bajo la égida de Calderón. Los gobernadores han puesto, también, su palada de excesos en pos de salvar cara y hacer pingües negocios. Resalta la Coahuila de Moreira, flamante priísta de nuevo corte y sus aceleradas construcciones que le facilitaron el gran salto. El Edomex y su abultadísima deuda direccionada a pulir una imagen, carente de sostén real, mientras deja sin oportunidades de educación superior a 80 por ciento de la juventud de ese estado. Las locuras de Amalia García en Zacatecas y Ulises en Oaxaca que edifican ciudades administrativas con facturas por pagar en el largo plazo. Qué decir del saqueo veracruzano de Fidel Herrera o los trastupijes sin castigo del bello cuan fallido gobernador de Tamaulipas, amparado en su contribución al triunfo de Calderón. El resultado lo tenemos a la vista y la tendencia será, qué duda cabe, al empeoramiento. Malos tiempos para los mexicanos que ni el más positivo deseo de año nuevo mitigará.
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